lunes, 8 de diciembre de 2008

Perro apaleado

Llevaba el olor que dejan las partidas perdidas pegado a sus ropas, filtrándose por los poros de la piel, hasta emborrachar un alma ennegrecida por una derrota que no dejaba de ganarle. Posponía para pasado mañana siempre su hoy, mientras entre las uñas de las manos se le quedaban pegados los trozos del ayer, ese al que se recurre cuando hay tormenta. Sus pensamientos dejaron de ser puros hacía ya muchos años, no quiso seguir la teoría general que dice; "dos más dos, son cuatro", y se reivindicó en las matemáticas de números moldeables a la altura de la cintura.
Pagó a más de un sicario para que le matase, pero siempre se encontraba con el mismo problema; su poco tino le llevaba a contratar a asesinos católicos, y practicantes, con lo que desechaban la idea cuando observaban en el hecho un posible suicidio encubierto, o el suceso caía en domingo, o fiestas de guardar. Intentó olvidarse de las pesadillas que le traía el día, esas a las que ahogaba en viejos vasos de segunda boca, cuando la madrugada se destilaba con los sabores a güisqui de relleno. Militó en las ideas contrarias, en la disconformidad más absoluta, y supo que no debía callarse a tiempo, cuando en el tiempo se le comenzaron a gastar las palabras que tenían eco. Tuvo una ilusión que le duró un día, y con ella, exiliado, vivió hasta donde la memoria le alcanzó para poder olvidar su patria.
Su imagen dura no era otra cosa que el resultado de una infancia tierna, a destiempo. Sus pasos torpes, sobre la exacta habilidad de la realidad, no le llevaron más allá de los barrios en los que se mezclan los olores de las comidas, con los sinsabores cotidianos a los que sabe el extrarradio que pasea hasta la cola del paro.
Se dio cuenta de la cuenta que le daba la vida, llena de números rojos escritos con su sangre, y de balances torcidos hacia el debe de haber, pero no ha habido. Miró a las estrellas, se despidió de ellas diciéndolas: "ahora mismo nos vemos". Recordó a sus seres queridos, y los lugares que le habían dado cobijo a lo largo de la vida. Por último, inventó de nuevo el recuerdo de ella, escuchó su voz, el sabor de su voz, el tacto de aquella piel prohibida que le rescató para perderse después. Una vez terminado el ritual de recuerdos, cerró los ojos, y dejando caer la cabeza levemente hacia atrás, se disparó un tiro en la sien, que como siempre, sólo impacto en la intención.
Ahora vive a causa de un ataque de muerte.

"Perro apaleado"
© pokit in a pocket. chus alonso díaz-toledo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

Un perdedor con poder de atracción, así lo veo yo. Tu prosa tan especial siempre, se reconoce en la primera frase. Besos desde el sur.

Anónimo dijo...

Flaco, sabés que este cuentito es de mis favoritos. Son grande, un loco adorable.
Besos desde acá Chus

Anónimo dijo...

Me gusta más tu poesía, aunque tienes una prosa excelente. Deduce cuánto me gustan tus poemas, Chus.
Muchos besos (muchos).