sábado, 25 de mayo de 2013

Tal vez nos lluevan mil primaveras

Puede que se muera alguna vez
este tiempo a destiempo,
y puede que se canse la tormenta
de embarrarnos los días, cada día,
y tal vez nos lluevan mil primaveras
en el lugar donde vive la vida,
y se queden en silencio todas
las ausencias que gritan desde la soledad.

Porque en este mundo del “sí”,
siempre existirá la palabra; “no”,
pero puede que se mueran los abismos,
y puede que volvamos a ser los mismos
que nunca quisimos dejar de ser,
y así, tal vez, puede que nos crezcan
las ilusiones dentro del espacio
que separa una piel de otra piel,
y que se aburra el aburrimiento
en todos los rincones del universo,
y que comience a contarse ese cuento
que comenzó con un: para siempre y jamás.


“Tal vez nos lluevan mil primaveras”

© El País de los Tejados. Pokit in a pocket. Chus Alonso Díaz-Toledo.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Montevideo



Qué puedo decirte a solas, Montevideo,
si eres capaz de matarme y de darme la vida,
si te conviertes en esa mujer a la que se desea
aunque sea vestida con las ropas de la lejanía,
mujer a la que se añora como si fuese el aire
que exigen los pulmones, al dejar de respirar,
mujer que me cura el dolor hiriente de la soledad,
y que a la vez, es capaz de clavarse en mi piel
como la herida profunda que anida en la carne.

El atardecer se prende en tus cielos,
y se desprende con su luz, pintándote de fuego,
sobre la levedad de las olas del Río de la Plata,
y te llena con la generosidad de su color ámbar,
y con la calidez del amante efímero
que llega sabiendo que se marchará después.

Ahora que estamos frente a frente,
ahora que mi mirada se empapa de ti
 hasta donde tiene nombre el horizonte,
me siento como una pregunta insignificante,
y  te siento como la respuesta que me grita
más allá de las fronteras de un viejo papel,
porque te tuve que viajar tanto para llegar,
y tuve que callar tanto para escucharte,
que no sé si soy parte de ti por el espacio,
o si tú eres parte de mí a causa del tiempo.

Pero sí sé que te camino las calles,
y  sé que tú acoges las huellas  
de mis pasos de caminante,
también sé que te lucho cada día,
y que tú me prestas esa silla
en cualquier esquina
para retomar el aliento,
como si fuese un boxeador agotado,
en el cuadrilátero donde se ganan
o se pierden los días que no volverán a pasar.

“Montevideo”
©Pokit in a pocket. Chus Alonso Díaz-Toledo.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Desvarío-varios del después de antes



No quisieron saber que se querían, pero no consiguieron aprender a no quererse, por eso rompieron las ventanas del invierno con las piedras de las palabras, tuvieron miedo a que el calor, y el frío, empañasen la virginal transparencia de los vidrios que no dicen nada, y que la tentación les llevase a dibujar corazones, usando los dedos como lapiceros, para escribir después sus nombres en torno a ellos, como firmas que confirmasen lo que sentían en ese momento sincero. No quisieron entenderlos como si fuesen pizarras de cristal donde reconocerse desnudos, sin la necesidad de desvestir sus cuerpos, y tampoco quisieron decirse; te necesito, cuando la necesidad estaba en ese tiempo que, a destiempo, brotaba desde las esferas de los relojes sin cuerda, las esferas de los relojes que hacen “tic-tac” en los adentros del pecho. Y se dedicaron a inventar teorías de la relatividad relativa a las bondades de la soledad, y experimentaron con los vacíos que llenaban sus silencios,  y se exiliaron de la memoria de los recuerdos, para no tenerse que volver a olvidar. No tenían guerras para aniquilar la paz, por eso usaban la fuerza del viento para borrar las huellas de los caminos a medias, y frecuentaron los lugares donde nunca tuvieron sitio, para que el espacio fuese menos doloroso, aunque también es cierto que sería menos ciertos.
Dejaron de verse hasta donde se pierde la luz, y dejaron de hablarse hasta donde el sonido se muere, porque temían ser un desconcierto disonante, y prefirieron ser un; tal vez, mudo, sin pasar por el peligro que tiene correr de nuevo nuevos riesgos.

“Desvaríos-varios del después de antes”
Fragmento de:
“Los cuentos que nunca me contaron”
© Pokit in a pocket. Chus Alonso Díaz-Toledo.

domingo, 3 de marzo de 2013

Historia del hombre barco y un banco



Ocurrió que salió a la calle y tuvo una sensación flotante en todo su cuerpo. Su voz era un grito, lleno de millones de gritos, que formaba un sonido grave y colosal. Se miró los dedos, vio que eran diez teoremas sin formular, pero con una estructura sólida y definida, y con el razonamiento táctil floreciendo desde las raíces de la piel. Cuando su vista abandonó aquellos "diez no-mandamientos no-creyentes", observó el lustre de sus zapatos, en ellos estaba el brillo del cansancio de las calles caminadas sin llegar al destino querido, y sus cordones caían, deshilachados, en un claro acto de protesta en contra de las ataduras que aprisionan y amordazan. Nunca gastó sombrero, siempre prefirió que sus pensamientos tuviesen la lúcida compañía del sol, y tampoco usó corbata, así su cuello no oprimiría la exigencia que muchas veces la garganta requería para tragar la saliva amarga cotidiana.
Apuró el cigarrillo que tenía entre sus dedos, lo aspiró como si fuese el último de los cigarrillos, y expulsó el humo con la rotundidad de un barco a vapor, y desamarró sus miedos de la tierra, y atracó la central de aquel banco de conciencia aséptica, para que no naufragase más la humanidad.

"Historia del hombre barco y un banco"
Fragmento de:
"Los cuentos que nunca me contaron"
© Pokit in a poket. Chus Alonso Díaz-Toledo.

domingo, 24 de febrero de 2013

Lastre



Se dio cuenta de que era un pedazo de lastre ajeno, sus bolsillos estaban llenos de plomitos pequeños, pero eran tantos los que se habían depositado a lo largo de los años, que su peso le impedía vivir con felicidad, y la contenía para no molestar a los demás. También sentía pudor por reconocer que todos los cariños no son iguales, no fuese a dolerle a algunos seres queridos, y dejó de correr para no adelantar a nadie, y dejó de detenerse para no levantar envidias a las prisas, y llegó un día en el que dejó de pensar, para que no pensasen que era un pretencioso de los que todo lo saben. Se hizo creyente de todas las religiones en los días festivos, y practico el ateísmo de lunes a viernes, y se casó por el que dirán, y se divorció por algo que le habían dicho. Así fue su vida hasta que murió, sin ganas, para no contradecir a los médicos que le diagnosticaron: envenenamiento sanguíneo por acumulación de plomo en el ánimo.

Fragmento de: "Los cuentos que nunca me contaron"
© Pokit in a poket. El País de los Tejados - Chus Alonso Díaz-Toledo.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Indocumentados in Love



Regresé a la alcoba tras el destierro al que me obligaba mi insana adicción al tabaco. Hacía tiempo que no fumaba en el dormitorio, y la cocina de la casa era el templo en el que llevaba a cabo el ritual de fuego y humo. Ella, la mujer que en ese mismo instante yacía sobre la cama, derrochando belleza y paz con su sueño, era la que me había impuesto ese destierro. Es cierto que no pude negarme a esa petición por muchas razones, todas ellas indiscutibles, pero también es cierto que tuve momentos de, casi, rebelión, y digo casi, porque mi acción contestataria se limitaba a pensamientos que jamás salieron de mi boca. Fue una revolución silenciosa, puntual, de signo intelectual, por llamarlo de algún modo, que alimentaba engañosamente la conciencia de mi mí más propio y privado. Luego terminé agradeciendo la ausencia del olor que dejaba el tabaco en las sábanas, y en la ropa que esperaba a ser usada en los armarios de la estancia. Además, como toda regla que se precie de ser una regla seria y rigurosa, en esa prohibición había lugar para las excepciones, excepciones que solían llegar tras el sublime tiempo en el que nos compartíamos el uno al otro como solamente sabe compartirse la piel. Entonces, y para no estar en disonancia con el momento, solíamos compartir también la boquilla de un cigarrillo que se convertía en pincel, decorando el aire con los arabescos flotantes que nacen de su combustión. Nunca entramos en disputas por el hecho de fumar o no fumar en aquel lugar, yo no era un fumador combativo, y ella tampoco pertenecía a esa peligrosa corriente de los fumadores pasivos reconvertidos, esos que antes militaban en el bando contrario, y que seguían los cánones de cualquier secta que es capaz de llegar a la sangre de todas las sangres para defender la causa.
Viéndola entre las sábanas, con la serenidad que otorga el sueño profundo, reconozco que me sentía el hombre más afortunado del mundo. No teníamos documento alguno que acreditase nuestra convivencia, no había letras oficiales que dijesen que éramos tal para cual, pero sabíamos que nuestra sociedad nacía de la magia magnética que es invisible, la que une dos polos opuestos por encima de la ley de la gravedad. Que no tuviésemos papeles timbrados que diesen fe de nuestra unión no era por motivos anti-sistema, ni a la creencia de que había arena de playa bajo los adoquines de nuestra ciudad, que no era precisamente París. Simplemente éramos y nos teníamos, sin más, y eso para los dos era suficiente, ese sin más significaba un todo superlativo, en el que cabían todos los todos de la consciencia universal; los grandes y los pequeños, los flacos y los gordos, los sonoros y los silentes, los atómicos y los cuánticos, los de aquí y los de más allá…
Dejé el ejercicio contemplativo para retornar al lecho, lo hice intentando no interrumpir el momento del descanso de ella. Volví a encontrarme con su olor cálido y dulce, me reencontré con el tacto de su piel, un tacto que guardaba la memoria de mi piel, porque la piel tiene memoria, eso es indudablemente inolvidable. Me empapó la armonía que sólo a su lado era capaz de alcanzar, y fui acoplando mi cuerpo a sus formas, con el cuidado que tiene el rocío cuando se posa sobre las hojas tempranas del alba. Estaba en esa patria rectangular que no necesitaba de banderas para ser defendida con la vida, si fuese necesario. Aún cuando extremé el pausado acercamiento a ella, hubo un instante en el que mi llegada provocó un leve movimiento en su cuerpo, y sin perder del todo la inconsciencia, una sonrisa leve y tranquila se dibujó en sus labios, y una de sus manos acertó a acariciar con ternura mi rostro. En ese movimiento las sábanas, que jugaban decididamente en mi equipo, se deslizaron lo suficiente para dejar sus pechos libres, pues la desnudez nos vestía a los dos. Me abracé a ella y una de mis manos coronó uno de sus senos. Ella volvió a sonreír levemente, y me susurró una respiración de calma, y yo me dejé llevar por el sueño, para seguir soñándola sin los ojos abiertos.


“Indocumentados in Love”
© Pokit in a pocket. El País de los Tejados. Chus Alonso Díaz-Toledo.