domingo, 24 de febrero de 2013

Lastre



Se dio cuenta de que era un pedazo de lastre ajeno, sus bolsillos estaban llenos de plomitos pequeños, pero eran tantos los que se habían depositado a lo largo de los años, que su peso le impedía vivir con felicidad, y la contenía para no molestar a los demás. También sentía pudor por reconocer que todos los cariños no son iguales, no fuese a dolerle a algunos seres queridos, y dejó de correr para no adelantar a nadie, y dejó de detenerse para no levantar envidias a las prisas, y llegó un día en el que dejó de pensar, para que no pensasen que era un pretencioso de los que todo lo saben. Se hizo creyente de todas las religiones en los días festivos, y practico el ateísmo de lunes a viernes, y se casó por el que dirán, y se divorció por algo que le habían dicho. Así fue su vida hasta que murió, sin ganas, para no contradecir a los médicos que le diagnosticaron: envenenamiento sanguíneo por acumulación de plomo en el ánimo.

Fragmento de: "Los cuentos que nunca me contaron"
© Pokit in a poket. El País de los Tejados - Chus Alonso Díaz-Toledo.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Indocumentados in Love



Regresé a la alcoba tras el destierro al que me obligaba mi insana adicción al tabaco. Hacía tiempo que no fumaba en el dormitorio, y la cocina de la casa era el templo en el que llevaba a cabo el ritual de fuego y humo. Ella, la mujer que en ese mismo instante yacía sobre la cama, derrochando belleza y paz con su sueño, era la que me había impuesto ese destierro. Es cierto que no pude negarme a esa petición por muchas razones, todas ellas indiscutibles, pero también es cierto que tuve momentos de, casi, rebelión, y digo casi, porque mi acción contestataria se limitaba a pensamientos que jamás salieron de mi boca. Fue una revolución silenciosa, puntual, de signo intelectual, por llamarlo de algún modo, que alimentaba engañosamente la conciencia de mi mí más propio y privado. Luego terminé agradeciendo la ausencia del olor que dejaba el tabaco en las sábanas, y en la ropa que esperaba a ser usada en los armarios de la estancia. Además, como toda regla que se precie de ser una regla seria y rigurosa, en esa prohibición había lugar para las excepciones, excepciones que solían llegar tras el sublime tiempo en el que nos compartíamos el uno al otro como solamente sabe compartirse la piel. Entonces, y para no estar en disonancia con el momento, solíamos compartir también la boquilla de un cigarrillo que se convertía en pincel, decorando el aire con los arabescos flotantes que nacen de su combustión. Nunca entramos en disputas por el hecho de fumar o no fumar en aquel lugar, yo no era un fumador combativo, y ella tampoco pertenecía a esa peligrosa corriente de los fumadores pasivos reconvertidos, esos que antes militaban en el bando contrario, y que seguían los cánones de cualquier secta que es capaz de llegar a la sangre de todas las sangres para defender la causa.
Viéndola entre las sábanas, con la serenidad que otorga el sueño profundo, reconozco que me sentía el hombre más afortunado del mundo. No teníamos documento alguno que acreditase nuestra convivencia, no había letras oficiales que dijesen que éramos tal para cual, pero sabíamos que nuestra sociedad nacía de la magia magnética que es invisible, la que une dos polos opuestos por encima de la ley de la gravedad. Que no tuviésemos papeles timbrados que diesen fe de nuestra unión no era por motivos anti-sistema, ni a la creencia de que había arena de playa bajo los adoquines de nuestra ciudad, que no era precisamente París. Simplemente éramos y nos teníamos, sin más, y eso para los dos era suficiente, ese sin más significaba un todo superlativo, en el que cabían todos los todos de la consciencia universal; los grandes y los pequeños, los flacos y los gordos, los sonoros y los silentes, los atómicos y los cuánticos, los de aquí y los de más allá…
Dejé el ejercicio contemplativo para retornar al lecho, lo hice intentando no interrumpir el momento del descanso de ella. Volví a encontrarme con su olor cálido y dulce, me reencontré con el tacto de su piel, un tacto que guardaba la memoria de mi piel, porque la piel tiene memoria, eso es indudablemente inolvidable. Me empapó la armonía que sólo a su lado era capaz de alcanzar, y fui acoplando mi cuerpo a sus formas, con el cuidado que tiene el rocío cuando se posa sobre las hojas tempranas del alba. Estaba en esa patria rectangular que no necesitaba de banderas para ser defendida con la vida, si fuese necesario. Aún cuando extremé el pausado acercamiento a ella, hubo un instante en el que mi llegada provocó un leve movimiento en su cuerpo, y sin perder del todo la inconsciencia, una sonrisa leve y tranquila se dibujó en sus labios, y una de sus manos acertó a acariciar con ternura mi rostro. En ese movimiento las sábanas, que jugaban decididamente en mi equipo, se deslizaron lo suficiente para dejar sus pechos libres, pues la desnudez nos vestía a los dos. Me abracé a ella y una de mis manos coronó uno de sus senos. Ella volvió a sonreír levemente, y me susurró una respiración de calma, y yo me dejé llevar por el sueño, para seguir soñándola sin los ojos abiertos.


“Indocumentados in Love”
© Pokit in a pocket. El País de los Tejados. Chus Alonso Díaz-Toledo.

martes, 5 de febrero de 2013

Silencios sin a, e, i, o, u.

Te nombré dentro del silencio gélido,
imaginé tus formas en el vacío sideral,
escuché el susurro de la distancia,
el que se oye cuando se agota el reloj,
tuve, y te tuve, en las hojas en blanco
que le dan razón a las sílabas mudas,
porque hoy, ahora, cuando la noche
se convierte en una metáfora hiriente,
la boca de las palabras no tiene vocales,
ahora, cuando la luz de la lámpara
se olvida de las paredes de la habitación,
me hubiese gustado ser Katmandú,
o el parque que se desnuda y te desnuda,
porque ahora, mi yo es un sin mí,
y me guardo como si fuese el bolsillo,
y te escribo para no volverme a confundir.

"Silencios sin a, e, i, o, u."
© Ediciones Cambalache. Chus Alonso Díaz-Toledo.