viernes, 11 de septiembre de 2009

Desiderátum

"Seré una estatua de arena
con el desierto en el alma,
buscaré la diminuta quietud
de los granos sin agua,
besaré el cielo con la boca
de todos los horizontes,
y el silencio me acompañará
cuando se quiebre la voz,
y volverán a brotar estrellas
en los campos del firmamento"



Recogió los últimos papeles que había dejado sobre la mesa, cerró todos los cajones del viejo escritorio, un simple movimiento de llave bastó para clausurar la memoria de mucho tiempo. Cuando opinó que todo estaba como debía estar, y tras asegurarse de ello, echando un último vistazo al espacio que le rodeaba, se dirigió hacia el viejo tocadiscos. Con un especial cuidado, abrió la tapa de plástico que cubría el plato, se giró, y sacó, con la misma atención con la que se coge a un bebé, un vinilo negro, cirularmente bello, que colocó sobre la goma del giradiscos. Las notas del saxofón de Charlie Parker contaban el año 1951, aquel disco era el paraíso prometido para cualquier oído sin prejuicios, "Summit Meeting at Birland" empapaba el aire de la estancia, y él se dejaba mojar por aquella música, sentado en la silla del escritorio. Se levantó para prepararse un bourbon sin hielo, una pequeña cascada ámbar cayó dentro de un vaso ancho, y volvió con él a la silla que había abandonado hacía sólo un momento. Una vez sentado, y tras un gran sorbo del néctar de Kentucky, cerró los ojos, y dejó pasar el tiempo, como si el tiempo no pasase por aquel lugar. Parker seguía volando en el aire, y tras los cristales ajenos, la ciudad se reducía a las calles de siempre, desde las ventanas de siempre. Aquellas cuatro paredes eran el refugio perfecto, entre ellas habían nacido, y muerto, miles de historias, unas mejores que otras, allí habían convivido el amor y el desamor, la alegría y la pena, el pobre y el rico, el cielo y la tierra, y todos habían brotado, y crecido, dentro de ese cubo habitable con vistas a la inmensidad. Abrió los ojos cuando sonó la última nota de la última canción del disco, se levantó, y se dirigió hacia el tocadiscos, retiró la aguja de los surcos mudos del vinilo, y volvió a cubrir el giradiscos con cuidado. Se giró hacia el cento de la estancia, dio tres pasos para colocarse justamente ahí, en el centro, y de uno de los bolsillos del pantalón, sacó un puñado de aire, que dejó caer sobre sus pies. Cerró los ojos, y escuchó, notó el olor del Sáhara visitándole, y su silencio, sin miedo, acunando cualquier rastro del antiguo dolor.
El cuarto quedó vacío, los cajones cerrados, y unos granos de arena en el suelo, justamente en el centro de la habitación, recordaron, bailando al viento, la melodía de la última canción.
 
"Desiderátum"
© El País de los Tejados. chus alonso díaz-toledo.

4 comentarios:

Kako dijo...

Excelente poema, para una no menos excelente prosa. Arena, desierto, Parker... ¿A quién me recuerda?
Un abrazo

Villarejo dijo...

El poema es la entrada perfecta para la historia. Me ha gustado mucho la figura de "los surcos mudos" en el vinilo, la simpleza suele ser enriquecedora. Chus, andas un poco desaparecido, a ver si volvemos a verte pronto por el Gijón.
Un saludo lleno de afecto.

white dijo...

Sacas belleza del adiós, de la soledad, de un néctar que calienta con su alma el recuerdo de lo que nunca será.
Un beso.

Anónimo dijo...

¡Me ha encantado! El poema del principio es una joyita.
Besos Chus.


-rkl-