miércoles, 20 de marzo de 2013

Montevideo



Qué puedo decirte a solas, Montevideo,
si eres capaz de matarme y de darme la vida,
si te conviertes en esa mujer a la que se desea
aunque sea vestida con las ropas de la lejanía,
mujer a la que se añora como si fuese el aire
que exigen los pulmones, al dejar de respirar,
mujer que me cura el dolor hiriente de la soledad,
y que a la vez, es capaz de clavarse en mi piel
como la herida profunda que anida en la carne.

El atardecer se prende en tus cielos,
y se desprende con su luz, pintándote de fuego,
sobre la levedad de las olas del Río de la Plata,
y te llena con la generosidad de su color ámbar,
y con la calidez del amante efímero
que llega sabiendo que se marchará después.

Ahora que estamos frente a frente,
ahora que mi mirada se empapa de ti
 hasta donde tiene nombre el horizonte,
me siento como una pregunta insignificante,
y  te siento como la respuesta que me grita
más allá de las fronteras de un viejo papel,
porque te tuve que viajar tanto para llegar,
y tuve que callar tanto para escucharte,
que no sé si soy parte de ti por el espacio,
o si tú eres parte de mí a causa del tiempo.

Pero sí sé que te camino las calles,
y  sé que tú acoges las huellas  
de mis pasos de caminante,
también sé que te lucho cada día,
y que tú me prestas esa silla
en cualquier esquina
para retomar el aliento,
como si fuese un boxeador agotado,
en el cuadrilátero donde se ganan
o se pierden los días que no volverán a pasar.

“Montevideo”
©Pokit in a pocket. Chus Alonso Díaz-Toledo.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Desvarío-varios del después de antes



No quisieron saber que se querían, pero no consiguieron aprender a no quererse, por eso rompieron las ventanas del invierno con las piedras de las palabras, tuvieron miedo a que el calor, y el frío, empañasen la virginal transparencia de los vidrios que no dicen nada, y que la tentación les llevase a dibujar corazones, usando los dedos como lapiceros, para escribir después sus nombres en torno a ellos, como firmas que confirmasen lo que sentían en ese momento sincero. No quisieron entenderlos como si fuesen pizarras de cristal donde reconocerse desnudos, sin la necesidad de desvestir sus cuerpos, y tampoco quisieron decirse; te necesito, cuando la necesidad estaba en ese tiempo que, a destiempo, brotaba desde las esferas de los relojes sin cuerda, las esferas de los relojes que hacen “tic-tac” en los adentros del pecho. Y se dedicaron a inventar teorías de la relatividad relativa a las bondades de la soledad, y experimentaron con los vacíos que llenaban sus silencios,  y se exiliaron de la memoria de los recuerdos, para no tenerse que volver a olvidar. No tenían guerras para aniquilar la paz, por eso usaban la fuerza del viento para borrar las huellas de los caminos a medias, y frecuentaron los lugares donde nunca tuvieron sitio, para que el espacio fuese menos doloroso, aunque también es cierto que sería menos ciertos.
Dejaron de verse hasta donde se pierde la luz, y dejaron de hablarse hasta donde el sonido se muere, porque temían ser un desconcierto disonante, y prefirieron ser un; tal vez, mudo, sin pasar por el peligro que tiene correr de nuevo nuevos riesgos.

“Desvaríos-varios del después de antes”
Fragmento de:
“Los cuentos que nunca me contaron”
© Pokit in a pocket. Chus Alonso Díaz-Toledo.

domingo, 3 de marzo de 2013

Historia del hombre barco y un banco



Ocurrió que salió a la calle y tuvo una sensación flotante en todo su cuerpo. Su voz era un grito, lleno de millones de gritos, que formaba un sonido grave y colosal. Se miró los dedos, vio que eran diez teoremas sin formular, pero con una estructura sólida y definida, y con el razonamiento táctil floreciendo desde las raíces de la piel. Cuando su vista abandonó aquellos "diez no-mandamientos no-creyentes", observó el lustre de sus zapatos, en ellos estaba el brillo del cansancio de las calles caminadas sin llegar al destino querido, y sus cordones caían, deshilachados, en un claro acto de protesta en contra de las ataduras que aprisionan y amordazan. Nunca gastó sombrero, siempre prefirió que sus pensamientos tuviesen la lúcida compañía del sol, y tampoco usó corbata, así su cuello no oprimiría la exigencia que muchas veces la garganta requería para tragar la saliva amarga cotidiana.
Apuró el cigarrillo que tenía entre sus dedos, lo aspiró como si fuese el último de los cigarrillos, y expulsó el humo con la rotundidad de un barco a vapor, y desamarró sus miedos de la tierra, y atracó la central de aquel banco de conciencia aséptica, para que no naufragase más la humanidad.

"Historia del hombre barco y un banco"
Fragmento de:
"Los cuentos que nunca me contaron"
© Pokit in a poket. Chus Alonso Díaz-Toledo.